Les soportaste por muchos años, y les testificaste con tu Espíritu por medio de tus profetas, pero no escucharon; por lo cual los entregaste en mano de los pueblos de la tierra. Mas por tus muchas misericordias no los consumiste, ni los desamparaste; porque eres Dios clemente y misericordioso. Nehemías 9:30, 31.

El capítulo del libro de Nehemías del cual extrajimos nuestro texto de reflexión para hoy es muy dramático, pues presenta una síntesis de la historia de apostasía del pueblo de Dios, pero a su vez está iluminado por la esperanza, porque presenta una y otra vez la gran paciencia y la gran misericordia que Dios tuvo con ese pueblo.

Cuando quienes pronunciaron estas palabras hablaron de que Dios los soportó “por muchos años”, en realidad estaban hablando de siglos. Esta oración fue proclamada a mediados del siglo V a.C.; es decir, cerca de unos mil años luego del Éxodo (mediados del siglo XV a.C.). ¡Mil años! Mil años de ciclos de fidelidad y obediencia, y de apostasía y rebelión, por parte del pueblo de Israel. Y, durante todos esos años, el Dios de inefable gracia soportó a su pueblo, lo amó, utilizó el sufrimiento para hacerlo reaccionar, y lo perdonó y restauró cuando se arrepintió.

¿Tienes pecados que te cuesta vencer? ¿Defectos de carácter de los cuales te parece que nunca te vas a poder librar? ¿Has reincidido una y otra vez en conductas que sabes que no son buenas para ti ni para los que te rodean, y que deshonran a Dios? ¿Sientes que, por causa de esto, Dios no te puede aceptar ni amar, y que lo más honesto que podrías hacer es abandonar tu iglesia y tu profesión de fe cristiana, para no ser un hipócrita?

Si esos son tus pensamientos, ¡deséchalos! El Dios de infinito amor, así como soportó al pueblo de Israel durante mil años, también te ama a ti, y entregó nada menos que la vida de su Hijo por tu salvación. Solo espera que te tomes de su mano y, confiado en él, puedas permitirle que te dé la victoria que tú no podrías lograr por ti mismo, pero con la conciencia de que, en toda etapa del proceso para lograrla, aun en medio de tus caídas y fracasos, él te sigue amando, porque eres su hijo.

Tomado de: Lecturas devocionales para Jóvenes 2015
“El tesoro escondido” Por: Pablo Claverie






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