Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto. Isaías 53:3.

Creo que hasta que estemos en la eternidad, y gocemos de la bienaventuranza del cielo, jamás llegaremos a comprender cuán grande fue el sacrificio de Jesús. Estamos tan acostumbrados a vivir en medio de las condiciones adversas de este mundo de pecado que nos parece que esta es la realidad, que no existe algo mejor. No tenemos la mínima noción de la sensación maravillosa de permanente felicidad, bienestar y seguridad que a diario se experimenta en el cielo.

Al venir a nuestro mundo, Jesús fue “despreciado y desechado entre los hombres”. Era tan distinto, tan puro y santo, que desde niño sufrió la incomprensión, la envidia, la intolerancia, la impaciencia y el maltrato de los que lo rodeaban, aun de sus familiares directos. Fue despreciado, fue rechazado, fue dejado a un lado, aun desde niño.

Pero, hacia el final de su vida, ya no se trató solamente de gestos, miradas, actitudes y palabras de rechazo y menosprecio. Sufrió realmente el odio de los que lo rodeaban, e incluso una violencia terrible, que lo llevó hasta la cruz. Fue objeto del odio y la violencia de todas las fuerzas del infierno coligadas contra él, que sumaron a su odio la violencia de los hombres como instrumentos para ejercer su poder diabólico.

Pero, sobre todo, tuvo un tipo de sufrimiento misterioso y milagroso, al cual jamás seremos llamados a padecer: sobre su mente, su corazón, su conciencia y sus sentimientos se agolparon las culpas, las miserias, la condenación y el dolor de todos los pecadores que habitaron en la Tierra. Tan grande fue su dolor emocional que su corazón no aguantó, y a las tres horas de ser crucificado su corazón se quebrantó.

¿Cuestionas a Dios por todo el dolor que permite en nuestro mundo? Debes saber, entonces, que si bien lo permite, él mismo se entregó al dolor, para dejarse afectar por él, y de la manera más profunda. Es tu compañero en el sufrimiento, no solamente porque está a tu lado cuando sufres, para sostenerte, consolarte y alentarte, sino también porque él mismo pasó, al igual que tú, por la experiencia de gustar del dolor. Él sabe lo que sientes cuando sufres; ya estuvo allí.

Tomado de: Lecturas devocionales para Jóvenes 2015
“El tesoro escondido” Por: Pablo Claverie






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