Saulo
Saulo, por su parte, causaba estragos en la iglesia: entrando de casa en casa, arrastraba a hombres y mujeres y los metía en la cárcel. Hechos 8:3.
Es natural que los cristianos tuvieran miedo de Saulo, y no creyeran en su conversión. Yo también tendría mis dudas. ¿Tú, no?
Cuando un alcoholizado o un drogadicto se convierte, nos alegramos profundamente porque –en el fondo– la persona se estaba destruyendo a sí misma; no necesariamente hacía mal a otra gente.
Cuando una persona que está presa por abuso sexual, asesinato o acciones semejantes se convierte, ¿creemos tan píamente en su conversión o nos juntamos al coro que dice que su nueva religión es una forma de achicar su condena? Creo que el miedo de los cristianos para con Saulo era totalmente natural.
Saulo veía el mundo desde su perspectiva, que creía correcta. Cristo lo deja ciego, para que aprenda a ver el mundo desde la perspectiva realmente correcta. Tres días en silencio y oscuridad; un tiempo sin escucharnos, sin ruidos externos, apenas el susurro amable de Dios. Un tiempo de reflexión para el cambio.
Y Saulo comienza su caminata para llegar a ser el increíble apóstol Pablo. El cambio comenzó en el camino a Damasco, hacia donde salió como un conquistador y llegó como un dominado, continuó en el silencio de la casa de Judas y se solidificó con un discípulo llamado Ananías, que nos demuestra –hasta hoy– cómo se trata a un nuevo converso.
Dios llama a Ananías para que imponga las manos a Saulo de Tarso, el enemigo número uno de la iglesia. Ananías conoce tanto a su Dios que le recuerda quién es Saulo; Dios conoce tanto a Ananías que le explica quién llegará a ser Saulo.
Ananías obedece. Él va. Llega a la casa. Le impone las manos y le dice las dos palabras que serán la puerta de entrada a la iglesia, a la comunidad, a la nueva vida: “Hermano Saulo” (Hech. 9:17). ¡Eso es cristianismo práctico! ¡Ese es el estilo de seguidor que Dios espera que tú seas! Dispuesto, obediente, perdonador, receptivo…
Saulo consiguió comenzar una nueva vida en la comunidad de creyentes, porque Ananías lo recibió como hermano. Saulo llegó a ser el sublime apóstol Pablo, porque un discípulo como Ananías se animó a obedecer.
Tú puedes ser hoy el Ananías de algún Saulo. No dejes pasar tu oportunidad.
Tomado de: Lecturas devocionales para Jóvenes 2014
“365 Vidas”
Por: Milton Betancor
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